19/10/13

dos caras

uno
     otro

           se brinca sin esfuerzo los
           obstáculos insalvables de

                                               uno
                                                     otro


27/9/13

no ser

uno que habla
como si tuviera
todas las respuestas

si no
seguir siendo
ése que no tiene
ninguna

13/7/13

el devoto del caos

ya siendo complicado
me encanta dificultarme
aún más la vida
lo fácil no me gusta
no
prefiero lo difícil
para qué vivir
sin obstáculos y angustias
sin lágrimas y agonía
lo mío es el hambre no saciada
la furia que no cesa
desear lo que no puedo tener
tratar de recuperar
lo que se ha perdido por siempre

que la muerte me encuentre
en el más violento remolino
y no en la paz del remanso

10/7/13

Ella en su momento

cuando terminamos de devorar
ávidamente
las delicias de nuestra carne
Ella gira y se aparta
aún temblorosa y jadeante
y se queda ahí
tan cerca pero lejos
saboreando el rastro
del último orgasmo

yo no la toco
sólo espero
Ella se vuelve y me besa
se acurruca en mis brazos
y yacemos callados
en la oscuridad de mi lecho

6/6/13

las alas del deseo

cuando nos conocimos
estabábamos solos
cada uno de forma distinta

ahora
incluso separados
siempre estamos juntos

15/5/13

sabiduría

aprender una cosa nueva
es sólo descubrir
que hay muchísimas más
que aún se ignoran

una respuesta sólo genera
innumerables preguntas

14/4/13

La simulación de la simulación

Este universo no es el verdadero universo, sino un simulacro, mi simulacro.  Éste no es el 2013, sino un año del lejano futuro.  Yo no nací en esta era, sino en ésa, cuando la tecnología ha conquistado la muerte y yo soy inmortal.  Y dentro de miles de años, mientras viajo en una nave de piedra hacia los límites del universo real, para entretener mi eternidad, he creado esta simulación, ubicada en este tiempo primitivo y oscuro; mientras duermo allá, vivo aquí como un hombre frágil y débil, como incontables veces lo he hecho y lo haré, para así descifrar el enigma de la existencia.  Esta vida es entonces irrelevante, un divertimento en humo y espejos de un dios que sueña.  No sé si se suponía que me diera cuenta de todo esto mientras duermo, tal vez no, o tal vez es parte del sueño.

Eventualmente llegaré al límite del universo y descubriré lo que hay más allá: otros universos, posiblemente infinitos o quizá me encuentre con que lo que creo real, no es más que otra simulación.

12/4/13

hijo de luz

consumido en tinieblas
quiere ser oscuridad
pero no puede matar
lo que le queda de luz

entonces
no es oscuridad
ni luz
y no sabe siquiera
lo que es

10/4/13

el prometeo moderno

nací como una nada
sin carne o esencia
y de todos
con los que me topado
y chocado
tomé trozos
y los volví parte mía

hoy me descubrí
discurseando con la pompa
de un traidor
que creía olvidado

27/2/13

inevitable

paso a paso
voy en pos
del objetivo
extraordinario

y lo que me destruye
me alimenta

20/1/13

dioscuro

más allá de mi consciencia
y el límite de mi alcance
dentro de mí mismo
creo vislumbrar
una forma desconocida
que rige mi existencia
y la vida que vivo
es realmente la suya
y esta carne es 
sólo un instrumento
a su servicio

a veces interviene
con un rayo de oscuridad
que marca el sendero

otras veces se muestra 
y generosamente
me deja escribir al respecto

13/1/13

12/1/13

la despedida

y cuando vengan por nosotros
les vas a decir que te hice
exactamente lo que te hago ahora
te empujé contra la pared
te puse el arma en la frente
aún caliente el cañón
y que cuando el dolor
te dejó abrir los ojos
viste las balas y sus puntas huecas
y el seguro en posición de disparo

les dirás que yo
te obligué a hacerlo

10/1/13

los universos alternos

no hay sólo uno
sino infinitos
porque cada humano
está contenido
en su propio universo
(o infinitos)

y en este plano
esos universos se encuentran
y chocan
y se extinguen

el último rastro

durante muchos años
olvidé que era
un ser humano
hasta que llegó un día
en que me forcé
a recordarlo

pero llegara otro día
en que ya no lo recordaré
más

9/1/13

existenZia

somos
los restos humeantes
de una explosión
que se trata de entender
a sí misma

3/1/13

la diosa y el guerrero

Prólogo



Esta es el corto relato de una historia, una larga historia. Pudo suceder así, o diferente, o no suceder del todo. Quise empezar un relato sin saber dónde iba a terminar. Me senté y empecé a escribir. Pronto el relato se estructuró solo, mi imaginación deliraba de vez en cuando e iba tirando la línea y pronto perdí la alucinante libertad con la que inicié. Lo retomé intermitentemente, por un plazo de casi dos años, hasta el bienvenido y gracioso "por fin terminado," al que debo agregar "por el momento." Es decir: el relato está, es un borrador casi listo, pueden haber pequeños cambios o adiciones pero en términos generales no va a cambiar. El final es el reverso del fin de la historia (si ésta hubiera sucedido.) Antes era diferente: era el reverso de como iba la historia. Pero ésta terminó y el final es el que es, me guste o no.

Borges, citando a Quevedo, escribió:
Dios te guarde, lector, de prólogos largos. Espero haber hecho éste corto y útil.

Interludio 
 

¿Qué pasaría si llegaras a conocer a alguien, alguien que te da lo que nunca te han dado, a quien le das lo que nunca diste? ¿Acaso no se crearía un nexo tan fuerte que ni el odio, ni siquiera el amor pueden cortar? ¿No lo darías todo, y aún más? ¿Hasta el último átomo, hasta la última grieta del último sueño? Y si esa persona ya no estuviera, ¿no seguirías esperando su regreso, aún cuando ya fueras un viejo que trata de burlar inútilmente a la muerte, pasando garbanzos de un plato a otro? ¿Aún cuando fueras sólo una esencia difusa en una eternidad de tinieblas?”

1

El cuarto está vacío. El piso ajedrezado, el diván, los sillones a ras del suelo, la mesa cruel y las cortinas rojas permanecen en la quietud de un lugar sin tiempo. Sobre el diván hay un hombre acostado y quieto, con los ojos cerrados. Una brisa suave se cuela por entre las cortinas y esparce las hojas sueltas del Libro del Destino. Cuatro individuos entran, entre ellos la Diosa. Miran al hombre.

—Parece que estuviera dormido.—

—Todo lo que tuvo un principio tendrá un final.— le responde ella sin mirarlo. —Pero sentémonos.—

2

Tiempo horrible de calaveras volcadas con los dientes sucios y ociosos reflejando la luz de un sol muerto. Líquenes y musgos habitan las piedras milenarias que sangran con el roce del viento cargado de arenisca negra. El eco de palabras distorsionadas por sonidos metálicos producidos por insectos monstruosos, se sumerge en la neblina ácida que cubre la costa poblada de arrecifes secos y filosos. Pobres de los que yacen en esa playa de palmeras petrificadas, guardan demasiados secretos. Nunca tendrán descanso.

La diosa camina sobre la oscura arena de la playa muerta. No ha hablado en siglos. Escucha el viento y las tenues voces que acarrea. La muerte, pensó, es demasiado larga.

—Cómo quisiera encontrar aunque fuera tus huesos, arrancarlos de la seca tierra y poner tu carne de nuevo sobre ellos. Aunque fuera en esta ruina, te daría toda esta ruina y sé que aún así seríamos por fin felices. Poder verte de nuevo. Me lo prometieron, pero falta tanto. Lo sé, pero es como si no lo hiciera, como si nunca hubiera pasado. Pero la cadena se ha roto antes. Él lo hizo. Puede pasar de nuevo. El universo no soportaría tal desgracia de nuevo. Ni yo tampoco.—

3

Llegué a mi casa ya anocheciendo. La Diosa aún estaba ahí. Entré y no dije nada. Fui al baño y me di una larga ducha. Salí y me puse ropa vieja. Deseaba no estar ahí, el aire era pesado y cruel, colmado de incienso, electricidad y hiel. Fui a la sala y la Diosa me volvió a ver con un rostro totalmente inexpresivo. Lo peor era que no estaba enojada (hubiera sido demasiado fácil,) sino profundamente herida. Me dolía verla sufriendo y me dolía más saber que yo era el causante. El humo del incienso estaba quieto en el aire como una multitud de gasas que colgaran del techo y su fuerte olor me mareaba. Siempre odié el sándalo. Le llevé un vaso de agua, tratando de mostrarme conciliador. Me agradeció secamente y volvió a la computadora. Me senté en el sillón sin saber qué hacer. Todo era mi culpa, ella siempre lograba convertir cualquier suceso negativo que nos sucediera en algún pecado mío. Sin embargo, yo nunca quise herirla. Antes de que nos volviéramos amantes, yo creía que nada podía lastimarla. Era imponente, hermosa como un ejército listo a entrar en batalla. Su belleza era dura, penetrante. Nunca quise herirla. Pero a pesar de que nunca lo quise, lo hice. O así me lo hizo ver ella, con esa manera tan efectiva que tenía, sin decir una sola palabra. Y en ese momento, yo necesitaba su perdón más que nada en el mundo.

¡Qué cruel es mi destino, cualquiera que sea! ¡Cómo quisiera cambiarlo! Pero no hay nada más difícil de lograr,” pensé.

Fui a la refrigeradora, tomé un par de mangos y los partí, lentamente. Al tomar el cuchillo y empezar a cortar, quise darme un tajo en la mano. Hubiera sido liberador, conciliador. No lo hice, cobardemente. Puse un poco de sal en un plato y me volví a sentar en el sillón y empecé a comer, rumiando el mango como un buey. Mientras lo hacía, recordé la historia del hombre de hierro que mataba a sus víctimas abrazándolas, ya que él estaba al rojo vivo.

Yo no ardo, pero en vez de corazón tengo un haz de espinas.”

Puse el radio. Sonó Taste of men. La Diosa siempre la odió y a mí me había dejado de gustar. Lo apagué. Ella se volvió y me preguntó:

—¿Diay?—

—Siempre la odiaste.—

—Siempre es una palabra que está vedada a los hombres.— Se volvió a la computadora. —¿Vas a ir el viernes siempre?—

—Sí.—

El viernes. Tras de todo lo que había sucedido, tras de todo su resentimiento y mi culpa, estaba lo del viernes. Increíble. De veras que el límite entre la realidad y la pesadilla se estaba borrando. Yo ya no fumaba mota. ¿El viernes? Conocería al Mesías, al león que antes vino como cordero, el que venía a arrasar lo que Él mismo había amasado. Apropiadamente, la Diosa lo conoció en una sesión de reiki. Quería que yo lo conociera y persistía en su deseo, a pesar de todo. Él, obviamente, tenía poco interés en conocerme, me dijo ella. Pero aún así debía ir. Yo ya lo odiaba y a ella le había provocado una tormenta existencial. Ya estábamos mal, para qué ayudas divinas, si sólo empeoran todo. No, nosotros nos bastamos solos para ser miserables, gracias.

—¿Cuánta gente pierde su fe porque el Cielo les muestra muy poco? ¿Y cuántas la pierden porque se les muestra demasiado?— murmuré entre dientes.

—Bueno, el viernes vamos a verla.— me dijo, eludiendo el debate teológico.

—¿No que era “el Mesías?”—

—No se haga el tarado. Ya se lo expliqué.—

Al rato se levantó y se fue a la práctica de aikido. Ya para cuando la conocía era bastante ducha, y aunque yo era físicamente más grande y fuerte, ella me podía destrozar en dos movimientos. Ojalá lo hubiera hecho. Lo he deseado tantas veces, haber muerto por sus manos. Ese día lo anhelé mucho. La esperé en el sillón hasta que volvió. Ella se sentó a mi lado y yo me arrecosté en su regazo y lloré largamente hasta dormirme.



Yo no puedo defenderte,

no puedo ser tu elegido.

Soy débil,

lleno de terrores fundados,

soy llanto, soy vergüenza,

soy una cólera estéril

que se quema a sí misma

y nada más.

Yo no tengo la fuerza para protegerte, para amarte.

Si me amas, abandóname;

si me quieres, despréciame.

No me unjas,

no levantes tus manos hacia mí

en cariñoso abrazo,

que en tu amor sólo me destruiré más rápido

de lo que me está destinado.

Líbrame del tiempo, del nombre y del espacio

y devuélveme al reposo que la vida ha turbado.

4

Siempre he tenido la sensación de que algo terrible va a suceder. Me han pasado muchas cosas malas, pero la sensación no desaparece, lo que quiere decir que en el futuro me aguarda un suceso espantoso, mucho más horrible que todo lo que he sufrido.

Lo sé porque lo sentí, reptando hacia mí como un depredador silencioso, que anuncia su presencia justo en el instante en que cae todo el enorme peso del hado. Fue en La Uruca, en las casas que están en la entrada a San José, las se alzan a lo largo del barranco. Son muy viejas, tienen seis o siete pisos, son de madera y latas. Fue cuando me asomé desde un cuarto de una de ellas, un cuarto revuelto, con los muebles volcados, un televisor reventado y humeante. Estaba asomándome desde un boquete en la pared, donde había estado una ventana y ahora había una puerta salvaje al abismo, literalmente. Había papeles volando a mi alrededor con el viento, estaba atontado. Oí sirenas a lo lejos mientras yo veía el río al fondo del barranco. Era una caída bastante larga. Fue donde lo sentí, donde lo vi más bien durante un brevísimo instante, como una venda que se desacomoda por un segundo para deja ver una pradera cubierta de plumas sanguinolentas y estandartes rotos. Y luego la vi, cara a cara, con sólo volverme hacia Ella. La contemplé durante segundo eternos, sintiendo el reflujo de mi sangre, como entraba en mi brazo inútil y sintiendo crecer mi sensación de fatalidad, la que siempre he tenido y me guió hasta ahí, ese sabor a cataclismo como un vómito que se contiene. Mi brazo volvió a la vida sólo para tomarla y ya no tuve más miedo. ¿Quién puede temer a la suma de sus miedos si la tiene encerrada en la mano izquierda? Yo la tenía y por primera vez en mi vida fui libre, porque pude ver mi destino como una raya de tiza que partía desde mis pies hasta ese lugar, adonde solamente yo puedo ir.

5

Ayer soñé con ella. Con ella, que tiene la mala costumbre de decirme las cosas importantes durante el sueño y las vuelve irreales, por eso, a pesar de ser palabras divinas, se vuelven borrosas y difíciles de creer.

Estábamos en la casa de San Cayetano o algo parecido. Se veía enorme por fuera pero era diminuta por dentro, repleta de cosas en el desorden más anárquico. Yo llegué a recoger algunas pertenencias olvidadas y la Diosa me abrió con disgusto. Busqué y busqué, revolcando entre objetos innombrables e inexistentes de este lado de la pesadilla. Al cabo me di cuenta de que allí no había nada mío. Me senté en el piso, como suelo ser cuando estoy abatido o indeciso y la Diosa se puso a regar una maceta con helechos que apareció en una esquina hasta ese mismo instante.

—Se acerca el día en que te aborreceré.— me dijo calmadamente.

—¿Y qué pasará después?— pregunté —¿Cuánto tiempo transcurrirá para que nos volvamos a encontrar? ¿Hasta que todo sea ruinas, hasta que incluso lo que no deja de ser deje de ser?—

La Diosa se rió con una risa estrepitosa que no le he visto o escuchado de este lado de la pesadilla. Me ofreció de comer y se adentró en una habitación y desperté a su lado. Su cuerpo tibio estaba tan cerca que el eco de sus latido me resonaba en m pecho. Miré el techo, con las ilustraciones de Durga y Shiva, y suspiré como si desgarrara mi laringe como una mandarina que se apresta para devorarse. Iba a extrañar ese calor y esos latidos muy pronto. Tenía que pelear una batalla de la cual ya me sentía cansado y pronto a desertar. Metí mi nariz entre su pelo y aspiré profundamente, para intoxicarme dulcemente con su olor. Y casi que la podía oír, la podía sentir llamándome como un trueno que se expande por un invernadero de paredes de vidrio, con una voz que atravesaba los siglos. Yo me iba a diluir irremediablemente en la correntada del tiempo. ¿Qué iba a pasar con mi recuerdo? ¿Qué es el recuerdo de un hombre, una fugaz antorcha en una mente que lo abarca todo? Entre más cosas sabía yo, más me daba cuenta de lo que ignoraba. Y por supuesto estaba el Mesías. De antemano, yo iba sin ningún tipo de entusiasmo o curiosidad, como se cumple una tarea fastidiosa o como el que va a una fiesta aburrida para complacer a alguien. Yo sentía falso al Mesías, lo que era redundante, siendo para mí falso el supuesto dios verdadero, la fábula esa, supersticiones de nómadas sistematizadas por herederos de esclavistas hedonistas. Era irrelevante y carecía de significado para mí. Estaba pues, más que listo para conocer al Mesías, y ya estaba lamentando el conocerlo. Y no dudaba que el Mesías tampoco tenía gran interés en conocerme.

La desperté con caricias apremiantes, llenándome las manos de ella e hicimos el amor hasta que me sangraron los codos y las rodillas.

6

Es perfecto. No hay mejor ejecutor que el que ignora su misión. Éste tiene el poder de crear y destruir y no lo entiende. Que no entienda lo primero, no me preocupa. La humanidad ha sobrevivido muy a pesar de sí misma, porque un solo hombre bastaría para demolerla. Éste, por ejemplo, sería perfecto. Lástima que tal misión no le esté encomendada, si sólo pudiera encomendársele. Al fin y al cabo, que no sea éste no es ningún obstáculo, cualquier es apto para tal encargo. Él servirá para lo que tenga que hacer, para cualquier acto para el que se le requiera. Tal vea lo que vaya a hacer no sea tanto, pero es importante y mucho después de todo, lo cual es conveniente, ya que nadie más puede caminar la senda que yace a sus pies. Es todo lo que diré. Yo no soy de hablar mucho, soy más de rugir, de atragantarme con sangre, de hilvanar hecatombes perfectas. Adieux.”

7

—Eres la más hermosa de las criaturas y a pesar de la multitud de cortes que te pueblan la piel, tu espíritu es tan puro como el viento de madrugada que recorre el bosque. Has estado y seguirás aquí y allá y el tiempo no pude tocarte, nunca lo ha hecho ni querrá hacerlo. Arderás en la memoria de muchas y muchos, como en la de éste que te acompaña por el momento. No te preocupes tratando de saber. No tienes que conocer tu camino para andarlo.

—¿Qué hay con él? El Mesías es el Mesías.

—Él dice que viene a destruir el mundo. Antes vino como cordero y ahora viene como león.

—Eso es lo que él dice. Este Mesías hará lo que le toca, grande o pequeño, lo hará.

—¿Y yo qué?

—Eso te lo enseñará ése que pronto vas a despreciar. Cuando vayan a ver al Mesías, míralo con atención y saca tus conclusiones. Él te enseñará algo, lo creas o no.

—¿Por qué tiene que ser así? ¿Cómo es que se me ata a él?

—El amor no es intelegible, al menos desde adentro, Y únicamente hay una verdad: todas las preguntas que te haces sólo las puede responder un ser.

—¿Un halago? ¡Qué extraño!

—Es modesto oír eso en la boca del dueño y dealer del mazo.—

El enano rió, con esa risita suya que era como el aletear de un colibrí.

8

A veces me voy. Estoy en un lugar y de pronto me hundo en la corriente de mis pensamientos. Me pierdo. No escucho, no veo, no siento. Me quedo ahí. Antes eran segundo, ahora cada vez son más minutos. Cada día empeora, cada vez se me hace más difícil encontrar el camino de regreso. Ahí lo veo todo, todo es claro, blanco y negro y lo armo y desarmo. Es la lucidez, don y maldición. Aquél que aumenta su sabiduría aumenta su dolor. Ése será mi final, algún día llegaré a saber algo que no debería, que no quisiera y ya no voy a volver. Me voy a extraviar, e voy a ir allá, lejos, donde nadie puede alcanzarme, ni siquiera Ella. Quizá sea lo mejor.

¿Quién me ha soñado, quién ha entrevisto mi destino? Pues habrá sido alguien como yo, algún poseedor de este resplandor oscuro que revela lo que debería ser ignorado. Así pues, esta visión supuestamente mía me ha sido usurpada desde antes que yo la tuviera. ¿Quién habrá sido el intruso que se ha adentrado en el mundo sin tiempo?

“Los veo. Los veo a todos. La veo a Ella como la veo ahora, es su mismo rostro, el rostro hermoso de la vida que nace, de la leche que mana y nutre. A Ella la adoramos nosotros como lo han hecho otros desde el nacimiento de las estrellas, como lo harán los que vienen tras nosotros. La veo sufriendo, dolorosa y la veo después, en el final. Veo a los otros, ahí están en el lugar extraño de formas que no he presenciado ni presenciaré; ahí está el del hocico manchado de sangre y olor a mortandad, junto a él, el de manos pequeñas que crean pajarillos y lengua alegre. Tras ellos, el impenetrable, como la sombra de un chorro de agua. También lo veo a él. Al heredero de los dolientes, el doblegado por la carga de un mandato ingrato. Siento su miedo, su dolor del camino perdido. Es una carga que no debería ser encomendada a nadie. Pero él ama, como nadie que conozco, como sólo pueden amar los hijos de la mañana. Veo lo que no debería verse, veo lo que ningún hombre debería ver. Veo el final, el final que se puede tocar y que no debería tocarse, el que no debería alzarse para que tape el sol y eche su sombra sobre el suelo. Me ha sido dada esta visión, me fue arrojada al rostro en medio del humo sagrado. Yo la registro con mano temblorosa en el barro, con ceniza, sabiendo que no perdurará, pidiendo que no perdure, en mi lengua, que pronto nadie podrá leer”:

Múltiples flores ataviaron, embriagaron mi corazón:

Y solamente digo:

¡Oh, tú por quien se vive,

no te muestres ceñuda,

no sea inexorable en la tierra!

¡Ojalá nosotros junto a ti vivamos,

solo con así en tu casa en el cielo!

¿Pero algo verdaderamente digo?

Aquí, oh tú por quien se vive,

solamente estamos soñando,

solamente somos como quien despierta a medias y se levanta.

Yo lo digo: en la tierra

nadie de nosotros habla bien aquí.

Aún con piedras preciosas,

aún con ricos perfumes,

nadie puede hablar aquí bien de quien da la vida.


9

La casa ardía de oscuridad, en medio de un silencio artificial salpicado de pasitos de cucaracha. El aire era denso por los recuerdos y gritos del pasado que colmaba la casa. En el cuarto, sobre el colchón tirado en el piso, hacíamos el amor. Éramos sudor, una sola carne que se agitaba en movimientos rítmicos y vigorosos, ella me agarraba las manos y las estrechaba contra su pecho. Yo le clavaba los dientes en la espalda, le chupaba el cuello, le mordía el pelo. Ella gritaba, yo gemía. No había pensamientos ni conciencia, sólo el deseo y el corazón que hacía que el cuerpo latiera, solamente ella y su olor a coraje, a alarido, a meteoro que se estrella. Y ocurrió el milagro de la oscuridad, nos perdimos en el tiempo insondable, juntos compartios un momento de eternidad: no éramos, sólo había un solo ser y estuvimos en el principio de la vida, éramos la primera pareja que se juntaban uno en el otro por primera vez; estuvimos en el cuarto rojo de sus pesadillas, sobre un sillón a ras del suelo y luego en el horrísono futuro sin humanidad. Y la tuve y ella me tuvo y nunca fuimos más nuestros. ¡Cómo explicarlo, como explicar una gota que cae, un reflejo en el cielo, una paradoja del tiempo! Y volvimos no en un momento que se astilla, sino como aterrizan las plumas de un diente de león soplado por algún travieso. Nunca hablamos al respecto, no lo mencionamos, porque habría sido mancharlo de realidad. Había pasado, nos había pasado, más bien le había sucedido a ese ser del revoltijo de nosotros. Después, con sólo mirarnos nos acordábamos, en medio de la calle, comiendo frutas o humus, en un rave.

—Te amo. Te amo.

Yo era un tonto más bien, y sólo un hombre, nacido para el error y la incertidumbre. Pero yo tenía mis dones, conocía mi destino aciago, no en detalle pero sí en su inminencia. Decir que no le temía sería mentir, pero más que todo tenía prisa. La Diosa y yo lo sabíamos y yo ya lo había aceptado, tal vez ése era el problema. El precio de la lucidez es la amargura. No hay finales satisfactorios, no hay futuros venturosos. Todo es ruina, es derrumbe, es olvido.

—Nada.

—Yo te digo las cosas con claridad, pero vos sos como hablarle a un ídolo de piedra. Te repito las cosas y no entendés.

—Sí.

Sentí que de alguna manera, yo había pecado.

10

La tarde era fría. El viaje fue largo, hablamos irrelevancias. Simplemente no podía creer en lo absoluto lo que la Diosa me había contado. Era casi una herejía.

11

Estaba ido. Yo me voy, desde que era un niño, simplemente me voy. No importa dónde esté, sólo me quedo inmóvil y me voy. No sé a dónde voy, no recuerdo nada de esas idas, debe ser uno de esos lugares que sólo se recuerdan mientras se está allí. Me pasaba en raras ocasiones, recuerdo las primeras veces, era cosa de uno segundos. Eso ha cambiado. Me sucede cada vez con más frecuencia y cada vez tardo más en regresar.

Volví y estaba en el sillón. La Diosa estaba sentado en mis regazos, tomando un té de manzanilla. La contemplé un rato, mientras volvía por completo.

Quise preguntarle si acaso sabía a dónde me iba, pero me imaginé que no me contestaría.

Se levantó y fue a prepararme el té. Me extrañó, ya que ella no acostumbra servir a nadie. Todo lo contrario. La extrañé insufriblemente durante el lapso en que estuvo en la cocina, se sentía tan bien el peso de ella sobre mí, su carne firme y de suave almizcle. Volvió, sorbí el té y pasé mi mano por su cuerpo, sintiéndola, apretando suavemente. Estaba descalza y yo me entretuve enredando mi índice entre sus deditos.

—No importa lo que se avecina. Esta noche te voy a querer.—

12

El Mesías era una mujer bastante fea, regordeta y de rasgos fofos y desagradablemente masculinos. La Diosa le temía por alguna razón que no me había querido decir y yo la verdad no la entendía. Me dijo que le había visto el verdadero rostro, el rostro vedado a los mortales y que no era el que yo iba a ver, el que estaba viendo en aquel momento. A mí el corazón no me engaña. En el momento en que conocí a la Diosa, pude sentir como si todo el dolor y la dicha que ella me iba a dar se comprimieran en un solo segundo y se posaran por ese breve segundo en las profundidades de mi pecho. Y en esta ocasión no sentía nada, nada relevante. El impacto de conocer a un Mesías debe ser como ser arrastrado por la cola de un cometa y yo más bien, o más mal, me sentía aburrido. La Diosa y yo estábamos sentados contra la pared y el Mesías estaba frente a nosotros. Habló sobre el inminente fin del mundo, sobre la comuna que iba a fundar en Panamá y sobre la posibilidad de que la Diosa y yo nos uniéramos en un matrimonio divino. Después guardó silencio; antes, yo apenas si había hablado y no lo hice más. Luego me enteré que cuando el Mesías se calló había sido el espacio designado para que yo preguntara. No sé si la Diosa me hizo algún tipo de señal, por que yo no me percaté. El Mesías se removió incómodo en su silla. Me pareció patético: no hay ignorancia más lamentable que la que hay en un dios y ese Mesías era un ignorante que ni siquiera se daba cuenta de quién era la mujer que estaba a mi lado ni quién era yo.

Yo no me había hecho ningún tipo de expectativa al respecto.

—Podrías haber hablado de algo, preguntado algo, aunque fuera de cábala.— Guardó silencio por un instante.

Sin embargo, por algún tipo de consideración no le dije que todo aquello me parecía una farsa y que me parecía increíble que alguien como ella fuese a creer las estupideces de una vieja delirante. Poco después me fui.

13

La Diosa contemplaba a su amante fijamente, en silencio. Los otros llegaron de uno a uno.

—El Mesías es falso.

—Bravo.

—Ya estás empezando a entender.— Miró al tipo acostado.

—No lo quiero. Eso te corresponde a ti.

—Adiós. Volvé pronto con el mandado. Serás otro para entonces.

—Me lo llevo. Tengo que disfrutar el tiempo que me queda con él.

—Ciertamente es una esperanza que nunca muere. No está en nuestras manos. Está en las de él.

—Pero ya sabemos que es lo que va a pasar.

Es lo que dicen los ecos. Una y otra vez ha sido así, con lamentables excepciones... —

—¡Ja!— interrumpió uno de los otros, el que se había despedido del acostado.

—Hasta pronto.—

14

—¿Qué podés ganar?

—Nada.—

—¿Qué podés perder?—

—Nada.—

15

Pasó lo inevitable. De hecho, al fin y al cabo fue un eslabón más en la cadena de hechos ineludibles que se sucedieron. La verdad es que viendo todo desde esta perspectiva, cuando absolutamente todo ha sucedido o está por suceder, salta a la vista que todo lo que le acontece a uno en la existencia es inevitable: si ya el nacer es inescapable, las consecuencias a su vez no se pueden capear. En fin, pasó lo que tenía que pasar.

Por supuesto que fue violento, no podía ser de otra manera, así como fue inesperado de alguna manera y previsto de otra, con todas las previsiones y premoniciones y falsos avisos. Había algo raro en aquella noche, una opresión, un peso en el aire, como un grito contenido en la atmósfera delas casa. Estábamos en el sillón, y se encendió en mí el apetito por ella y la atraje ansioso, deseándola. Ella estaba sumida en su letargo meditativo que había aumentado en frecuencia en los últimos meses y me apartó, riendo con desprecio. Estaba intoxicada de irrealidad. Le hice un desplante y me fui a dormir. Estaba ya en la frontera de la vigilia y ya casi caía en la poza del sueño profundo y sin imágenes que tanto ansiaba y oí un grito, un alarido que espantó el aire de la casa convirtiendo el ambiente en un vacío y un segundo después ella estaba sobre mí, golpeándome con mi taco de pool. Me revolví en las cobijas tratando de usarlas como protección e intentando esquivar los golpes y ella se me echó encima y me pateaba y me daba con los puños. Su fuerza era extraordinaria. Me logré zafar y encendí la luz, a tiempo para que me derribara y continuara con la golpiza. Me agité con todas mis fuerzas y me le escabullí y logré agarrarla y ponerla contra el suelo. “¡Calmate, por favor, te lo ruego, calmate!” le gritaba. Y fue cuando ella me inflingió la herida dolorosa, en un parpadeo me clavó los dientes en el brazo y mi sangre explotó alrededor de su boca y el dolor ácido se extendió hacia mi pecho, hacia mi alma y me paralizó por unos segundos perpetuos en que me derrumbaba miserablemente por dentro. Me logré arrastrar a un rincón, ciego de sufrimiento.

—¡Te odio, te maldigo, morite! ¡¿Querés?!

Ebrio de miseria, me incorporé al rato y salí a la calle. Caminé por un lapso de tiempo que me pareció una eternidad de ceniza, pero debieron ser unos minutos, ya que me derrumbé por la pérdida de sangre. No se quiénes o cómo me llevaron al hospital. Pasé unos días y me escapé en un delirio de fiebre. Desde el día en que ella me mordió, tuve el brazo inútil y seco, como conteniendo algún rencor divino.

16

—Tienes la misma cara de todos estos milenios, esa hermosa cara de rasgos duros, pero estás vieja, desgastada e indolente.—

Se acercó y la encaró, conteniendo un violento deseo.

—Recuerdo que al principio apenas si soportaba verte y de hecho nunca te he tocado, pero ahora estás tan débil que te podría saltar encima y violarte hasta abrirte en canal. ¿Qué clase de ser traeríamos a este mundo si eso pasara y a consecuencia algo se formara en tu vientre?—

—Este mundo. Este mundo de carroña es nuestro vástago, maldito descastado.

—Sin embargo, tal no es mi objetivo. Lo sabes muy bien: mi objetivo es arrasar con este mundo, con esta carroña que ya ni siquiera te tomas la molestia de defender y dedicas tu tiempo a delirios y vómitos. Y lo voy a hacer porque puedo hacerlo, tal es mi esencia.

—Tal era su destino. Era inevitable, todos somos inevitables.—

17

Decime algo,

decime algo por favor,

cualquier cosa,

cualquier cosa que rompa este silencio,

este silencio,

este silencio que es mi derrota

en la que ya no hallo palabras,

en la que ya no hallo palabras

y en la que sólo me acuesto a ver el cielo,

esperando a que algo o alguien caiga

y me aplaste.

18

Fue más o menos así. Es un recuerdo intoxicado, cierto, pero no por eso menos verosímil. Estaba oscuro, realmente oscuro; acababa de amanecer, cierto, pero era un día sumido en tinieblas, con el cielo empedrado de enormes lajas negras con un remoto parecido a nubes. Hasta los relámpagos eran fogonazos de sombra. Yo era un peregrino en ese entonces, si bien es cierto que nunca he dejado de serlo de alguna manera u otra. Llevaba caminando un tiempo que me parecía interminable. Llegué al bosque húmedo, frío, negro, los árboles de la orilla eran como una muralla de troncos retorcidos cubiertos de una barba de viejo gris que los cubría casi por completo. Contemplé el muro por un instante apenas, sintiendo por un breve instante un cansancio infinito, pero un ímpetu desconocido y arrollador surgió en mí y sin dudarlo me adentré en el bosque. Comencé una travesía de duración indeterminable, nadando a través de los troncos espinosos y el terreno sinuoso, no en pocos momentos tuve que gatear y bregar dentro de miasmas y barriales, aserrándome las espinillas contra musgosas piedras y apagando mi sed arenosa en hondas quebradas que guardaban un ínfimo cauce. Comenzó a llover y la lluvia era fuerte, vertical y enfermiza, que provocó una neblina espesa como atol. Yo no tenía el más mínimo sentido de orientación y lo único que sabía era proseguir hacia delante, o a lo que parecía ser adelante. La humedad me empezó a atravesar los huesos como espinas de viscoyol y casi puedo decir que mi respiración chorreaba de mi boca. De pronto la espesura se abrió y caí un par de metros hasta zambullirme en un lago de agua helada y negra. Me mantuve bajo la superficie hasta que se me agotó el aire y asomé la cabeza sobre el agua repetidamente violada por la lluvia. Logré ver difusamente la otra orilla a unos doscientos metros y en vez de devolverme nadé hacia ella como a través de un limo espeso. En cada brazada pude sentir que mis músculos eran jalados como si fueran a ser arrancados, todo sonido era acuoso y pronto supe que no llegaría a la otra margen. Pero seguí adelante. Y repentinamente mi mano izquierda se reventó contra una punta afilada de algún objeto durísimo. Me detuve y hallé una especie de isleta formada por piedras negras, filosas y cubiertas de líquenes, que no me parecía haber visto al sacar la cabeza del agua cuando caí al lago. Me subí dificultosamente y llegué al centro de la isleta, que no tenía más que unos metros de diámetro. Durante largos minutos estuve postrado con las rodillas y las manos apoyadas sobre la irregular y tortuosa superficie, recuperando el aliento. Me incorporé y contemplé largamente los alrededores. Cerré los ojos y sentí las incontables gotas impactándome y llevándome a la hipotermia. Volvió mi cansancio infinito y volví a abrir los ojos para ver a mi mano sangrar profusamente sin detenerse, y vi calmadamente como la hemorragia y el agua se mezclaban armoniosamente. Creo que esbocé una sonrisa al derrumbarme lentamente mientras el aguacero arreciaba con fuerza demoledora, borrando cualquier sonido que no fuera agua, hasta apagó el eco de mis latidos y mis quejidos causados por las nuevas heridas inflingidas por las puntas afiladas de las rocas. De mi postración nació un deseo postrero y mi cuerpo se arqueó al elevar mi cabeza y abrir los brazos para lanzar un grito contenido en mí desde siempre, un grito capaz de atravesar las edades y las raíces de la sangre. Y me fui diluyendo, las gotas de lluvia me rebanaban suave pero insistentemente y me deshice entre las piedras como un líquido vil. Sin embargo de alguna manera yo seguía ahí, viéndolo todo y pude observar un punto de luz radiante surgir en medio del aire y expandirse en múltiples rayos que eran lanzados en todas direcciones, formando un remolino de luminosidad lechosa, abriéndose desde otro plano. La luz explotó y se esparció en una onda expansiva que volvió toda materia en luz, a las piedras, los árboles, el agua y a mí mismo me hizo retornar. Pronto no hubo nada más que luz y yo estaba en ella. Abrí los ojos y la vi, enfrente mío, vi el rostro que había estado esperando desde siempre y sentí el alivio de una estirpe.

Así me gusta contarlo. No pasó así exactamente. ¿O sí?

19

¿Qué es un ser humano? Una miserable y pequeña pila de secretos. Yo soy un ser humano, soy lo que los demás han sido y son, nada de lo que es humano me es extraño. El crimen o pecado que sea cometido por la persona más lejana de alguna manera me mancha como si yo lo hubiera cometido, así como los actos deleznables que he hecho ensucian a la humanidad entera. Cualquier hombre es capaz de cualquier atrocidad, es sólo una cuestión de circunstancias. Desgraciadamente esta conectividad, por llamarlo de algún modo, rara vez se aplica a las virtudes y siempre a los vicios y faltas, es una hermosa manera de compartir nuestra miseria y es parte del destino de la humanidad, que sólo admite que todos seamos desgraciados y que decaigamos hasta un estado de postración lleno de babas y culpa, hasta la corrupción de la carne y del espíritu en la que solamente podemos ver la negrura de nuestro corazón, ése cáncer negro que poco a poco nos devora y está compuesto de esos recuerdos e inclinaciones que no quisiéramos tener. Ésos son los secretos que conforman al ser humano, que conforman su verdadera esencia, al menos en este plano decadente.

20

Cuando la Diosa viene a este plano, ella escoge a alguien, a un ser especial que será su guardián. Este ser está predestinado para tal propósito y está provisto de cuatro cualidades esenciales para tan delicada e importante misión. Cada una de esas virtudes son necesarias para su labor y cada una será requerida para el buen suceso de misma.

Sacrificio. El guardián de la Diosa debe llegar a un estado de olvido de sí mismo en el que no existe otra preocupación que no sea el bienestar de ella. El guardián debe de estar listo para cualquier sacrificio o esfuerzo que le sea requerido, incluso entregar su vida si es necesario (y lo será) en cualquier momento, sin dudarlo.

Valor. El guardián de la Diosa debe ser valeroso para superar las pruebas que le esperan. Porque será probado para verificar si es el elegido que cumple con los requisitos necesarios para convertirse en el protector de la Diosa. Las pruebas serán arduas, a pesar de su gran fuerza, será abrumado por las dificultades que se le presentarán en el plano físico y espiritual, estas dificultades irán más allá de su fortaleza hacia sus puntos débiles, y sólo un corazón valeroso puede conquistar una prueba que vence todo lo demás. Y una vez que tales pruebas sean superadas, su valor deberá ser demostrado una y otra vez durante su ardua tarea.

Poder. El guardián debe ser poderoso; su fuerza, tanto espiritual como física debe superar a la del resto de los mortales. Dada la naturaleza sublime de la Diosa y la grandeza de su esencia, sus enemigos son seres formidables, con los que deberá lidiar precisamente el guardián. El poder se refiere asimismo a su fuerza como a su resistencia, ya que su poder será probado intensa y exhaustivamente, durante breves y largos períodos de tiempo, algunas batallas serán efímeras más otras parecerán interminables.

Lealtad. Aquél que sea elegido para cuidar a la Diosa en la Tierra, deberá de ser fiel y leal a su causa y sobre todo a ella en sí. No puede haber equívoco en este sentido, nadie puede servir a dos amos, por lo tanto, la lealtad del guardián debe de estar concentrada exclusivamente en ella, no puede haber fidelidad de ningún tipo hacia nada ni nadie más, ni siquiera a él mismo; si es necesario deberá traicionar cualquier ideal, convicción o persona, incluso a sí mismo si es requerido. La lealtad hacia la Diosa no es incompatible, pues, con el crimen, la traición, el engaño y el perjurio, ya que no es una ley universal abstracta y universal, sino parte de una relación personal e íntima de la Diosa y el guardián. Éste es leal a ella, de cuyo bienestar es celoso, por lo cual cualquier recurso que utilice para defenderla es válido, sin desmedro de su honor, el cual está definido por ella y es exclusivo de ella.

Estas cuatro virtudes esenciales del guardián de la diosa se implican entre sí y cada una se refiere a las otras, incluso se combinan entre ellas para motivar los actos requeridos del guardián.

Hay un rumor inquietante: la existencia de un tratado hermético sobre la Diosa y el guardián, sobre cosas innombrables y secretas que deben de estar ocultas a los no iniciados. Se murmura incluso que en ese tratado se menciona una única virtud indispensable y necesaria que debe poseer el guardián. ¿Cómo saber si se posee lo que no se conoce? ¿Cómo saber si no se posee? ¿Se puede realmente poseer lo que no se sabe que se tiene?

21

El guerrero: — Claro que no. No sos de este mundo. Nunca debimos conocernos, de hecho. —

22

Fue una brasa pequeña desde la mano, desde la piel que estaba en contacto con ella. Iba caminando por las calles que se desdibujaban a mi alrededor conforme el calor aumentaba. Sentí una nueva sangre, un líquido caldeado que me invadía como una enredadera por dentro, lo sentía ir de mi mano izquierda a mi corazón y de ahí al resto de mi organismo, a través de las arterias que se reventaban en vasos capilares por todo mi ser. Mi aliento se volvió volcánico y el sonido de mi respiración se convirtió en un eco, un eco de cascos carcomidos chocando en el fondo del mar. Empecé a andar un camino vedado a los humanos, no a través del aire sino a través de planos. Llegué a un lugar que de alguna manera ya he previsto y en cual no me sentí totalmente ajeno, sino como si ya hubiera estado ahí durante un plazo muy breve. Vi cortinas rojas, muebles al ras del suelo propios de lugares irreales, un piso ajedrezado. Vi un libro abierto sobre un soporte con forma de manos. Me acerqué curioso, y la mano se me incendió, no en el plano físico, en cual pasó algo diferente: una sombra negra pegada a mi piel como un tatuaje, se reventó en tentáculos que me invadían al mismo tiempo que el incendio, que llegó a mis ojos y la sombra nubló mi vista y no era que no podía ver, sino que cesé de ver como lo hice antes y veía de una manera diferente. Mi garganta se encontró invadida a su vez y me acometió una sed que dudo que muchos hayan sentido, y supe que mi voz había dejado de ser y la que podía gritar era la parte más tenebrosa de mí.

Me volví y lo vi, era el demoledor, el Rostro de los Gusanos. A su lado estaban el enano y el Impenetrable, inmutables. Escuché un nuevo ruido detrás de mi cabeza. Volví la cabeza y ahí estaba ella, alejada de los otros y de mí, pero enfrentándome, osada, con el pecho descubierto.

—Hazlo.— siguió aquél —

La sombra llegó a donde quería ir: mi mano derecha. Sentí el poder de moverla, de poder aferrar la empuñadura y tal vez desenvainarla. Avancé a pasos lentos de titán dormido, cada paso era una revolución celeste.

—¿Por qué debería detenerme? ¿Por qué? ¿Por qué el mar continúa arrojando olas contra la tierra, por qué se caen las estrellas y por qué todo en este plano está condenado a morir?

—Porque no sos así. Porque no sabés lo que vas a hacer, creés que sabés pero no es así.

—¿Qué es lo que voy a hacer y que ignoro?

—No es esa fuerza la que te mueve ahora.— Di otro paso y ella amagó un grito, conteniéndolo como una mano se resbala. —No.

—¿Y cómo querés que vaya a vos si me has desterrado como al más indigno? No, yo no voy a vos, estoy siguiendo mi camino, mi senda incógnita en medio de la noche. Nuestro provenir se ha acabado.

Pude sentir el incendio alzándose en flamas espectrales que nacían de mi mano, como un cosmos violento y oscuro, pude sentir como lo que había a mi alrededor se detenía expectante, mi propia sangre empezó a deslizarse muy lentamente por todos los orificios de mi cuerpo, sangre negra y pegajosa.

Cada movimiento era apenas significativo, mi pecho apenas podía contener mi respiración y mi cuerpo se movía apenas milímetros.

—No. Así no. Todavía no.

—Yo recuerdo cuando te conocí. Lo primero que pensé es lo que veo: éste es capaz de matar a alguien, parecías un animal salvaje arrojado a una ciudad. Pero el tiempo pasó y pude ver en tu alma y descubrí lo que no había encontrado en otros. Y vos me ganaste, poco a poco, con arrojo e inusual confianza y demasiado pronto me vi necesitándote, extrañando tu peso sobre mí y queriendo hallarte en el olor de las almohadas. Ya no tuve razones para negar, para negarte, hallé en ti el destino autocumplido y escogido que yo siempre busqué, ese vínculo que nada puede romper y va más allá de la vida y la muerte, que se crea aunque parezca estar decretado por fuerzas superiores y encontré la lucidez, pude darme cuenta y reacomodar los hechos de una manera y otra y todas las veces llegué a la misma conclusión: nos hemos hallado a través de océanos de tiempo y lo que hemos tenido a como lo hemos tenido no está hecho para perdurar pero es algo que siempre tendremos, siempre te podré anochecer y amanecer, siempre serás mío y yo tuya y siempre podré derrochar tu recuerdo y el sabor de tu boca y siempre encontraré mi boca enredada en tu pelo.

Las palabras de la diosa, dichas en una voz suave pero intensa fueron creando como pequeñas grietas en mí, y yo me partí como la pared que contiene una presa y fueron mis ojos el escape y ardientes lágrimas se me escaparon, traicionándome pero a la vez siéndome leales, y las lágrimas fueron consumiendo el fuego y encerrándome en tinieblas, cada lágrima dejaba un surco en la realidad y esta se caía a rebanadas y me derrumbé como un montón de piedras y mi mano izquierda, muy lentamente, volvió a estar muerta y aflojó mi carga terrible y no supe cuánto pesaba hasta que se fue de mi mano. Y caí, yéndome, sabiendo que no volvería, queriendo quedarme con ella, queriendo decirle que yo también la amaba, pero mi cuerpo dejó de pertenecerme y me fui más allá de lo que nunca había ido, donde ya nadie podía tocarme, ni siquiera ella.

23

Lo último que recuerdo es un grito, un grito que me despertó allá donde yo estaba, donde nunca me había despertado. Fue un alarido múltiple pero débil, como si fuera muy lejano, apenas el residuo tembloroso de millones y millones de voces gritando, como si el universo entero se hubiera fracturado y se deshiciera gradualmente en pequeños trozos. Fue apenas como una brochazo de humo que me rozó la mejilla, y yo apenas entreabrí los ojos por estar invadido por un pesadísimo sopor. Aún así logré distinguir entre las densas tinieblas que me rodeaban, su silueta, su imagen a una lejanía inmensa y traté de alcanzarla, traté de alcanzarla con mi mano, pero yo no tenía mano, miré donde supuestamente mi mano estaba y sólo vi vacío, miré donde estaba mi cuerpo supuestamente y solamente encontré vacío.

Cuando volví a abrirlos, sentí que edades habían transcurrido, edades de edades. Fue sólo un momento de nuevo. Vi un mundo al revés, un mundo de fuego inacabable, de un bermellón brillante e inacabable, de luz líquida que corría a caudales y por doquier, con rojos meteoros hundiéndose en el aire y elevándose hasta estrellarse contra la costra negruzca que como nata se extendía sobre los océanos de llamas. El aire, si había tal, era un vapor pesado y denso, que quemaba al ser inhalado. Erguí mi cabeza colgante sobre mi cuello flojo y vi que era cargado, que ella me llevaba en sus brazos. Estaba fulgurante, como renacida, nunca la había visto tan vital, tan tersa y decidida, caminando firmemente hacia delante.

Desperté a lo que parecía un sueño, por el olor pesado del humus sobre el cual estaba recostado. Sentí mi cuerpo húmedo y lo descubrí cubierto por rocío y hojas mojadas. Me incorporé pesadamente y me descubrí en medio de la espesura de una jungla inmensa. Empezó a llover y fue como si fuera la primera lluvia que ocurría en el mundo. Cerré mis ojos para disfrutar una sensación que no había sentido en muchísimos años, a mis oídos llegaban sonidos de únicamente viento y vegetación, como si no hubiera animales o humanos. La sensación del agua corriendo por mi piel me trajo el recuerdo de cuando conocí a la Diosa y me acordé de ella y miré en torno y la encontré a mi lado, acostada en el suelo en una especie de no existencia, de irrealidad. Esta vez yo la cargué, como en medio de un sueño lejano en el que yo recorría una jungla inacabable con ella desvanecida en mis brazos, con la cara mojada y con una expresión envidiable de tranquilidad.

Cuando volví en mí de nuevo, esta vez si fue completamente. Pude decir que ya estaba de nuevo despierto, que por fin había regresado al mundo, aunque todo era muy diferente a como lo recordaba. Lo primero que supe era que ya no me volvería a ir de nuevo. Me incorporé a una mañana límpida que ya casi era tarde. El potrero era inmenso. Alcé la mano y tomé una manzana de agua del árbol bajo cuya sombra estaba cobijado. Empecé a comer lentamente mientras caminaba por la inmensidad del potrero y nunca hubo manzana de agua que me supiera tan bien. Miré a los alrededores y encontré sin asombro a los pedazos del mundo que había sido desperdigados sobre el zacate. Caminé durante un buen rato, recordando. Al rato encontré lo que buscaba, o más bien a quien buscaba. Estaba sentada en el pasto, junto a los otros. La llamé y ella vino hacia mí. Los otros me sonrieron, hasta Beto.

—No se preocupe por Ragnarök.

Volví mi cabeza y no había nadie a mi lado. Los volvía a ver, hablaban entre ellos. El Insondable me miró de reojo, por lo que supe que había sido él quien me había hablado. La Diosa llegó a mi lado y me miró el brazo izquierdo con detenimiento.

—Bueno, no fue en vano.—

—No podía ser de otra manera.

Me tomó de la mano y caminamos hasta llegar a la piedra de Zoolatras, a su nueva versión más bien. Me sorprendió ver a la piedra ahí, pero no podía ser de otra manera. La escalamos y nos sentamos en la cúspide, donde estaba coronada por un manto de pasto y nacía un pequeño yurro. Bebimos del agua fresca y nos miramos largo rato, como reconociéndonos.

—No lo sé. Pasará lo que tenga que pasar.

Arranqué unas hojas de pasto, me llevé una a la boca. y alzando mi mano revivida, las solté las demás a la brisa suave que corría. Miré la inmensidad verde que se extendía a los pies del cerro. Guardé silencio un rato, recordando mi amargura.

—Bueno.—

Ella se inclinó hacia mí, sonriendo, y me susurró al oído su nombre hermoso. Se apartó un poco de mí y me besó en la mejilla y en los labios, y me acarició la cara con su mano. Ante tal contacto, me derrumbé dulcemente como se cierra una dormilona y me recosté en su regazo, donde reposé por largo tiempo.

FINIS