26/11/12

Tres estudios para una crucifixión: Sin título


Ella

Él

La voz femenina

La voz masculina

(Sobre el escenario, al extremo derecho, una silla con el respaldar en ¾ hacia el frente y dando media espalda a una ventana que está al extremo izquierdo y que se encuentra orientada hacia la pata izquierda. En oscuro, se oye caer la tapa del excusado, tirada con violencia.)

Ella: ¿Y cuántas veces te tengo que decir que dejés la hijueputa tapa abajo?  (Se cierra la puerta del baño, violentamente.)

El: ¡Ya no soporto esta mierda!

(Entra luz general, lentamente. Al frente, en primer término, una cama desecha. A ambos extremos del frente del escenario, en cada uno hay una zona en penumbra y dentro de ella, un haz de luz sobre un pedestal.  Entran los actores VOZ FEMENINA y VOZ MASCULINA  quienes dirán los diálogos y permanecerán inmóviles hasta el final de la obra. ÉL está sentado en la silla; ELLA está mirando por la ventana.  Ambos están en planos diferentes, lo que parece un diálogo es el monólogo de cada uno de los personajes, cada uno cuenta su versión de la historia de la relación, desde un punto de vista “racional.”  El lenguaje corporal es  el ansia del otro, la memoria que añora y que surge del lado emocional de ambos. Esta noche han peleado como nunca y han llegado al punto en que se decide, de una vez por todas, el futuro de la relación.  Miran por encima del hombro, resentidos; el otro está en un indeterminado “allá,” lejos.  Empiezan el discurso con la resaca del pleito, con una hostilidad física muy evidente e intensa, pero conforme hablan se va diluyendo.)

La voz masculina: Lo supe desde la primera vez que te vi.  Llamálo destino, pero lo supe, no me preguntés cómo.  Pero lo sabía.  ¿Quién era yo sino un pobre diablo que dejaba registrada su angustia en las paredes de baños públicos?  Pero nos encontramos, ambos buscando refugio en medio de la tormentas de la muerte ansiosa.  Y entonces sí que supe lo que era estar vivo, lo que era saborear la existencia.  Abrazándote no había nada más que placer y calma, hallé la paz que nunca había sentido.  Fuiste como un haz de luz que se cuela dentro de una habitación donde el sol no ha brillado en años y desvanece todo el aire pesado y viciado que la llena. Sentí la sangre correr por mis venas, sentí los pasos desbocados del deseo en mi pecho cada vez que te tenía cerca,  en tu abrazo yo perdía la consciencia y la noción del tiempo, me zambullía en una espiral de dicha y piel morena, suave.  Con vos podía permanecer semanas entre las cobijas, revueltos el uno con el otro, sin otra cosa que beber que nuestra saliva, sin otro alimento que susurros queditos.  Entonces sí pude arrojarme al mundo, desafiarlo a que me hiriera y era imposible porque vos estabas conmigo, ya el mundo no era un lugar espantoso y lleno de tentáculos de anémona, sino que era un lugar sublime porque vos eras parte de él.  Vos eras un guiño del destino.  El universo y sus dioses desconocidos se compadecían de mí y me daban el obsequio de las horas con vos.  Y vos...  vos me levantaste del piso donde yacía cubierto de cenizas y hiel, me hiciste correr por los  campos descalzo y de cara al sol y me obsequiaste tus labios y el olor de tus pechos, tu lengua ágil y tu lucidez de sibila, me arrastraste como una ola de agua fresca y  me llevaste a la corriente de la vida, al filo vertiginoso de la muerte.  Eras una luz, una luz cegadora que me rodeó, que me permeó, que me consumió.

La voz femenina: Yo llegué a creer que ya todo estaba perdido.  Este mundo de púas, de escupitajos y navaja, me tenía en una cárcel de estropajo y benjuí, con un dolor sordo clavado en el pecho como una lanza.  Muchos recuerdan caras, yo recuerdo espaldas.  Mordía mi voz como un animal furioso, no la dejaba salir ya, para qué, si nadie oyó mis gritos.  Vivir era revolcarse entre vidrios.  Yo quería vivir, ser aceptada, pertenecer, pero fue como arrojarme desnuda sobre las brasas.  El buque de velas rasgadas y casco carcomido, el buque maldito y errante coronado de fuego fantasmal que se precipita entre los abismos acuosos de la tormenta, ésa era yo.  Y pasó lo que pasó, vos caíste en mi vida, surgiste de donde menos te esperaba, miraste al techo y me hiciste una pregunta inolvidable, tan inocente como un cuchillo ensangrentado.  Y tomé la mano que me tendiste, insolente chiquillo, la noche fue como una travesura donde se clavan las uñas en la espalda.  Y amaneció y vos todavía estabas ahí, me enjabonaste el cuerpo con mano firme y en tus regazos me senté y tomé un té que no era de hierbas sino de de otra cosa.  Es lo que eras, lo que yo nunca había tenido; yo dije, sí, puede ser.  Eras un sueño de crema de estrellas y cuerpo fuerte, un salvaje de pelo revuelto que me mordía el cuello y festejaba mi vientre, entre abrazos, murmullos y ropa rasgada, y un corazón brioso que me arrullaba con sus latidos.  Me sentí a salvo, segura, ya podía ir a enfrentar a mis demonios de noches largas, azufre y vómito.  Si yo caía, ahí estabas vos para atajarme, para besar mis ojos y jugar con mi pelo.  ¡Cómo quise tu sonrisa, tus cartas bajo la manga, el registro de tu voz, el sabor de tu sudor en tu pecho!   ¡Cómo te amé!  

(Ambos se mueven violentamente; Él se levanta, Ella avanza hacia el público, los dos gritan:)

Las dos voces: ¡Cómo te amo!

(Lenta y gradualmente, mientras se da el discurso, van el uno hacia el otro, buscándose corporalmente.  Nunca se miran.)  

La voz masculina: La fe son las chispas que caen desde el martillo que forjó el mundo; la esperanza es un corcel hermoso que corre por un desierto y la desgracia, mi desgracia, es el viento gélido que apaga unas y espanta al otro.  Vos fuiste mi desgracia, vos me fallaste.  ¿Qué no hice por vos?  Al dragón venenoso de mi furia lo enterré profundamente para que muriera de dormir.  No hubo nada que no te diera, abandoné todo lo que  me significaba algo para dedicarme a ti, desde la penumbra del día gateante yo saltaba a batallar contra el tedio y la marea odiosa de la vida decente, todo por vos y en la noche caía rendida entre tus brazos, que me recibían con la indiferencia de una piedra.  Te di mi carne cansada y mi sangre anhelante y vos te fuiste, maldito, a pasar largas temporadas en esa dimensión ignorada por mí y que me ignora.  

(En este momento se encuentran y hay un instante, cuando apenas se rozan con las puntas de los dedos, en que el universo se detiene.  Se descubren físicamente, se huelen, se acarician, muy sutilmente al inicio y van en crescendo.  Van hacia la cama.)

La voz femenina: Estabas ahí, pero tan ausente como un ciego sordomudo.  Volvías, sí, para revolcarte conmigo y peor aún, para acusarme de que yo no hacía nada por vos, a pedirme más, a juzgarme y señalarme con el dedo y a hundirme una espada en el pecho.  No hay dolor más grande que el que causan manos amadas y no han habido manos que yo amara más que las tuyas y yo sufrí tus afrentas, impotente como un árbol que cae, pero no me extrañó.  Todos me han traicionado, todos me han clavado el mismo puñal, ¿por qué vos no habrías de hacerlo?  Y fui castigada inmerecidamente, pagué y pago un precio cruel por quererte: arder indefensa en el infierno de tu amor descuidado.  Y volvieron mis demonios, indómitos como nunca, en un tropel de carcajadas y coágulos.  Y he luchado, como al que se le apaga la vida, he luchado por salvar esto, por salvarte, por salvarme, por salvarnos.  He querido creer, me he levantado contra el oráculo funesto, hasta el día de hoy en que se yergue invencible, con todo el peso de lo inevitable y tu artera complicidad.

La voz masculina: Desde el principio lo supe y te lo dije en aquella mesa, de aquel lugar, en un tiempo que ahora me parece que sucedió en otra vida: Vos sos un incendio y nadie que pase por vos sale sin marca.  Y yo soy el menos ileso de todos.  Te abrí mi mundo, te abrí la puerta a mi miedo y a mi dolor y vos me los restregaste en la cara.  Me has acusado de no estar, ¿y vos qué?  Sos como una torre con muchas ventanas y ninguna puerta, te has ocultado de mí, has guardado tu sufrimiento y yo queriendo saber, saber tu sufrimiento para aliviarlo y te lo has guardado como una vianda exquisita sólo para vos.  Te entregué un presente que no había entregado a nadie, mi ternura, y me respondiste con el ácido de tu verbo, con tu frialdad descarnada.  Y empezó el eterno retorno del llanto y el crujir de dientes, hasta que yo sólo esperaba el nuevo tajo y lo peor, lo peor era que esa esperanza maldita, esa previsión sí se cumplía, nunca era defraudada.  Y yo caí, me despeñé en el guindo de la desolación y grité por tu ayuda y no viniste.  En esos momentos, cuando más tenía la urgencia de vos, de tu aliento y tu abrazo tibio, me dejaste solo, solo como nunca y como siempre.  Y me he seguido aferrando a vos, pero sos como un haz de espinas y entre más me aferro, más me desgarro.

(Están a la orilla de la cama.  Se arrojan sobre ella.  Empiezan a hacer el amor lentamente y el ritmo aumenta.  El discurso se va uniendo, van de los gritos al susurro.)

La voz masculina: ¿Por qué no me oís?

La voz femenina: ¿Por qué no estás? 

La voz masculina: ¿Es éste el destino de los que se aman?  ¿Es que tiene que ser tan difícil?

La voz femenina: Te busco y no te encuentro, te busco en la noche de mi soledad, en el aguacero del resentimiento.

La voz masculina: Volvé a mí.

La voz femenina: ¿Es éste un amor maldito hecho con el fuego del Averno?

La voz masculina: Me hablás de tus pecados imperdonables, te negás tu perdón y el mío, cuando yo estoy dispuesto a dártelo, estoy anhelando dártelo.  ¿Por qué?

La voz femenina: ¿No ves que mi cuerpo te busca inevitablemente, atrapado en la órbita nebulosa de nosotros?

La voz masculina: Yo te veo allá, más allá, a través de la estática y los vidrios rotos, inmaculada, riendo; ésa es la que extraño, la que me necesita y yo necesito, riendo con tu risa, esa cascada límpida donde yo era redimido.

La voz femenina: En los infinitos universos, hay uno en el que estamos juntos y somos felices, donde la avalancha del hado inmisericorde no nos alcanzó ni nos alcanzará.  ¿Por qué no puede ser éste?  Ruego a los dioses porque éste sea el universo donde somos más desgraciados.  

(Lo último ha sido un susurro.  Lo siguiente va de un murmullo al grito final.)

Las dos voces: ¿Por qué estamos condenados a amarnos?  ¿Por qué tiene que ser una condena?  Todo lo que yo quería era encontrarte, era lo único que yo pedía, encontrarte y amarte por el resto de mi vida y crucé un océano de tiempo para lograrlo.  Vos me lo dijiste, ten cuidado con lo que pedís (Pausa.): Se puede volver realidad.  (Gritan:) ¿POR QUÉ TENGO QUE ODIARTE SI YO TE AMO? 

(Los actores que interpretan las voces cruzan los brazos frente a sus caras y sus respectivos haces de luz se apagan.  Simultáneamente Ella y Él se separan bruscamente.  Los planos se unen.  Vuelven a ver, tratando de ubicarse.  SE ENCUENTRAN.  No se tocan.)

Él: Hola.

Ella: Hola.

(Oscuro.)